Scott Walker: dos universos en tres álbumes
Una extraña sensación se apoderó de mí mientras revisionaba hace unos días 30th century man, el documental de 2006 dedicado a la figura de Scott Walker (Hamilton, Ohio, 1943). ¿Estaba Scott muerto? No estaba seguro. Tal vez mi capacidad para contar muertos se haya atrofiado últimamente. Enseguida recordé que sí, que lo estaba (y sigue estándolo, claro). Falleció concretamente el 22 de marzo del pasado 2019. Me sentí dolido conmigo mismo, al fin y al cabo Walker es un tipo al que admiraba desde aquel 2012 en el que me descubrieron Bish Bosch, álbum que me voló la puta cabeza. Para compensar mi falta y animado por las cervezas que ya poblaban mi cuerpo, decidí que era un buen momento para dedicarle unas palabras a Scott.
Para hablar de la música de Scott Walker es necesario dividir su obra en dos etapas, tres si tenemos en cuenta la transición entre los dos periodos. La primera fue la de los 60 en los que formó parte de The Walker Brothers, un grupo prácticamente facturado en el laboratorio de la Phillips que le llevó a conocer, siendo estadounidense, el estrellato comercial más absoluto en Inglaterra. Ello le permitió grabar una serie de álbumes en solitario (Scott 1, 2, 3 y 4) entre el 66 y el 69, ganándose una merecida reputación como cantante melódico de maneras “europeas”.
Es la última etapa, en contraste con la primera, la que llama poderosamente mi atención. En ella, después de años de idas y venidas en forma de discos de poca repercusión y algún éxito modesto con The Walker Brothers, Scott dio de lado cualquier querencia por lo comercial en su obra -también abandonó los escenarios- y comenzó a transitar terrenos tan áridos que los términos avantgarde o experimental suenan casi a broma. Hay quien opina que de tanto usarlos han quedado desvirtuados, pero esa es otra historia.
En lo que a nos atañe, la música de Walker, este periodo se caracteriza por la escasez de referencias -apenas 4 LPs en solitario y algunas colaboraciones en 40 años- y sobre todo por un innegociable espíritu de transgresión que lo llevó a deconstruir su música hasta cotas pocas veces vistas. En 30th century man Brian Eno subraya ese carácter innovador del estadounidense: “Llevó la música a un lugar al que no ha vuelto desde entonces”.
En lugar de pasar de puntillas por la discografía de Scott, he preferido seleccionar tres álbumes que creo que definen bien las diferentes aristas y épocas de la música del estadounidense: Scott 4 (1969), Nite Flights de The Walker Brothers (1978) y Bish Bosch (2012).
-Scott Walker 4 (1969)
Tras el masivo éxito con The Walker Brothers y la disolución del terceto, Scott dio forma a una tretalogía que, sin alcanzar el éxito comercial anterior, sí lo convirtió en una figura más que respetada dentro de la música melódica de la época. Walker siempre había mostrado una cara que lo alejaba del paradigma de estrella del pop. Tímido y sensible, casi alérgico a la atención mediática, comenzó a integrar en su obra su gusto personal por la literatura, el cine europeo y una actitud existencialista ante la vida. Todas esas influencias salieron a relucir sin ambages, por fin, en Scott 4, primer álbum que compuso en su totalidad.
El disco da comienzo con “The seventh seal”, la personal interpretación de Walker del clásico de Ingmar Bergman, donde ya se aprecia el que va a ser el tono general del álbum, entre lo etéreo y lo nostálgico. La primera mitad de Scott 4 es coherente con el material anterior y las características baladas de Walker, con sus barrocas orquestaciones, se suceden. “Boy Child” es, por ejemplo, épica en su extrema sencillez y su letra es bella y misteriosa a un tiempo.
Es en la cara B donde nuevos elementos asoman. En “Hero of the war”, “Old Man’s Back Again” o “Get behind me” se adivina aquello que hizo estremecer a David Bowie cuando escuchó la música de Walker y que posteriormente aprovecharía en la suya propia. Son cortes más cercanos al pop/rock canónico de la época, con algún sutil acercamiento a la lisergia reinante, pero siempre con el sello inconfundible del de Ohio, con su profusión de orquestaciones y poderosas y crípticas letras. El álbum se cierra con un “Rhymes of goodbye” que suena profético.
Con las redondas composiciones de Walker y la pulida producción de Johnny Franz el éxito comercial parecía inevitable, sin embargo, no fue así. Scott 4 fue un fiasco en ventas y recibió una acogida tibia entre la crítica. Walker se sumió en una espiral descendente que lo condenó a la intrascendencia durante buena parte de los 70, justo cuando Bowie se convertía en una de las mayores estrellas que ha dado la música popular en las últimas décadas. Percibido como un vestigio del pasado, un dinosaurio, con menos de 30 años Scott fue desechado por la industria. Tal vez sea a aquellos que lo defenestraron a quienes tengamos que agradecer la nueva dirección que tomara años más tarde.
-The Walker Brothers: Nite Flights (1978)
No puede decirse que Nite Flights sea un disco de The Walker Brothers como tal, ya que cada uno de los tres integrantes aportaron una serie de composiciones al álbum y entre ellos y los músicos de sesión las interpretaron. Las tres partes son tan desiguales entre sí que prácticamente es un álbum compartido por solistas diferentes. Esto tiene una explicación. The Walker Brothers se reunieron en el 74 y editaron un par de álbumes mediocres (No regrets en el 75 y Lines el año siguiente) en los que Walker no participó en la composición. El sello GTO entró en quiebra pero respetó el presupuesto para el siguiente LP de los Brothers. El colapso del sello facilitó además la tarea, ya que, ante la falta de perspectivas financieras, no se inmiscuyó en el trabajo creativo. Así, cada uno de los integrantes del grupo compuso una serie de canciones por separado que serían las que formarían parte de Nite Flights. Las cuatro primeras canciones, las realmente interesantes a mi parecer, son las creadas por Scott, que también produciría el disco junto a Dave MacRae.
“Shutout” abre el álbum y es, a pesar de su crudeza, inmediata y pegadiza. La base rítmica arremete desde el primer momento con un sonido de una aspereza inusitada para The Walker Brothers, mientras las guitarras, afiladísimas, sirven de contrapunto perfecto a la voz de barítono de Scott. El sonido de Nite Flights se concibió con un ojo puesto en Heroes, disco que David Bowie había publicado en el 77 y en el que concluyó un periplo que le había llevado, de la mano de Brian Eno como productor, a indagar y explorar nuevos sonidos en la que se ha dado en llamar “Trilogía de Berlín”, formada por Lodger, Low y Heroes. “Shutout” sería a Nite Flights lo que “Blackout” a Heroes. La producción es cristalina, potente y de una evidente sensibilidad pop, pero una sensación amenazadora lo impregna todo.
Esa sensación se refrenda en el siguiente corte, “Fat mama kick”, con el que más de uno frunciría el ceño de incomprensión. Unos teclados estridentes, casi disonantes y altísimos en la mezcla te preparan para la entrada de un Scott que parece fuera de tono. Probablemente lo está, y lo hace para incomodarte, algo que a partir de ese momento sería una constante en su obra. La estructura de la parte vocal también parece cambiada, como si los fraseos no se correspondieran con lo que una canción pop requiere. “Fat mama kick” es la lección primera del curso de deconstrucción de Scott Walker.
“Nite Flights” es un tema de pop épico y flotante, con profusión de los tan característicos arreglos orquestales sin por ello sonar avejentado, sino todo lo contrario. Los 80 están plagados de hits de pop afectado que seguramente bebieron de “Nite Flights”. David Bowie cerró este círculo versionándola en los 90.
La última canción de Scott en el disco es “The electrician”, el single. Curiosa elección teniendo en cuenta el año (1979), pues se trata de una balada -por llamarla de alguna manera- larga y recargada, y tanto “Nite flights” como “Shutout” podrían haber funcionado mejor a nivel comercial en aquel contexto. Siendo, como decía, una balada, “The electrician” tiene también sus excentricidades. Ya desde la primera nota Walker interpela al oyente, tensionándolo y trasladándolo a un universo paranoico que da paso a un inesperado arrebato melódico que suena a iluminación mística (“he’s drilling through the Spiritus Sanctus tonight”, dice la letra). Después, uno de los arreglos orquestales más memorables que recuerdo devuelve al oyente al primer motivo de la canción, retorciéndolo más si cabe que al principio. Tras escuchar estas cuatro composiciones, el resto del largo se antoja monótono e insustancial; la sensación de haber asistido a un punto de inflexión es demasiado intensa.
-Bish Bosch (2012)
Todos los trabajos desde la publicación de Tilt (1995) habrían sido un buen ejemplo de lo que ofrece la época avantgarde -considero Climate of hunter (1984), al igual que Nite flights, un álbum de transición y por eso no lo incluyo en esta etapa-, y si he elegido Bish Bosch es debido a que, como dije antes, fue mi puerta de entrada al universo Walker, uno que si te atrapa es para no dejarte ir, aunque no siempre sea agradable.
Bish Bosch es, comparado con Tilt y The drift (2006), más autoconsciente y juega con ello. Mientras los dos anteriores discos, los que conforman junto al que nos ocupa el tríptico “hardcore” de la discografía de Walker en solitario, estrellan al oyente en un marasmo de atonal y granítica solemnidad, el trabajo que nos ocupa esgrime un sentido de humor tan crudo y grosero que uno no puede sino mirar con extrañeza a su alredededor (aunque no haya nadie). Si en Tilt Walker utilizaba los rebuznos de un burro como recurso sonoro, en Bish Bosch son las ventosidades las que protagonizan un breve pero inolvidable episodio. Esta es solo una muestra, pero ese extraño sentido de humor lo empapa todo.
En el corte de apertura, “See You Don’t Bump His Head”, Walker muestra algunos de los rudimentos que van a ser una constante en el álbum: monótonos ritmos industriales, orquestaciones rígidas y minimalistas, drones de guitarra eléctrica… y por encima de todo la llamativa voz de barítono de Walker y sus surrealistas declamaciones.
En el binomio “SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)”/”Epizootics!” se condensan todos los elementos que hacen de Bish Bosch una rareza dentro de la conjunción de rarezas que terminó siendo la discografía de Walker. “SDSS1416+13B” es un agujero negro de 20 minutos en el que Scott utiliza todo lo que tiene a su alcance para, simplemente, clavarte en el asiento sin que sepas muy bien qué está ocurriendo. Las letras de esta canción son hilarantes y perturbadoras a partes iguales y ahondan en esa continua sensación de irrealidad -inevitable cuando un señor de 70 años te dice con voz de crooner: “If shit were music you’d be a brasss band”-. Este corte contiene además algunos tramos cercanos a algo parecido a metal experimental, precedente directo de lo que sería Soused (2014), la colaboración entre Walker y Sunn O))).
Por su parte, “Epizootics!” es, en su singularidad, algo más parecido a una canción, de hecho fue el single de adelanto elegido. Unas percusiones minimalistas y lineales que confluyen con unos vientos de tonos graves sirven de colchón para unos macabros juegos de una guitarra con slide primero, y para la voz de Walker después -creo oir ecos de un paranoico kraut rock aquí-. Sin previo aviso, un grandilocuente arreglo de vientos -¿tal vez la brass band de la que hablaba “SDSS1416+13B?”- irrumpe y da paso a una suerte de deconstrucción de un tema Jazz de los 50 que se antoja igualmente solemne y frívolo. De nuevo esa sensación de extrañeza se apodera de todo. Poco a poco, “Epizootics!” se ha convertido en la banda sonora de una película surrealista (o de un mal viaje de LSD). Ensimismado, no puedes apartar la mirada.
En Bish Bosch no hay canciones, sino interpretaciones fragmentadas del interior de una mente de imaginación desbordante, algo que se podría decir de toda la obra de Walker a partir de Tilt. Hay una frase en “SDSS1416+13B?” que reza: “I’ve severed my reeking gonads and fed them to your shrunken face”, algo así como “he cercenado mis hediondas gónadas y las alimenté a tu cara reducida”. Signifique lo que signifique esta frase, es una buena metáfora de lo que ofrece Scott Walker en Bish Bosch.