Nightstick: Ruido y Caos en Weymouth

Hubo un tiempo en el que las profundidades no reflejaban la luz. Un tiempo en el que el Underground no era ni un significante vacío ni un títere en manos de sellos más preocupados por la estética que por la honestidad de una propuesta. Un tiempo en el que el mero concepto de lyric video habría hecho sonrojar al más pintado. Un tiempo, los años 90, en el que un sello como Relapse se podía permitir editar a una banda como Nightstick.

Nightstick son sucios, crudos, hacen apología de las drogas y de los asesinos en serie, grabaron una de las mejores versiones de Neil Young que he podido escuchar, y tienen a un payaso que ni canta ni toca ningún instrumento (Padoinka) como un miembro más del grupo. Con esta simple descripción ya me bastaría para lanzarme cual buitre a la carroña sobre su discografía, pero contextualicemos.

De SIEGE a Padoinka

El batería Robert Williams, a la postre fundador de Nightstick, formó parte de los míticos SIEGE, leyendas del hardcore ochentero de Weymouth (Boston), pero Nightstick poco tienen de su sonido acelerado. “Me pregunté cuál era la música que quería escuchar -bajos distorsionados, guitarras enfermas, secciones improvisadas… como una versión metalizada de Sonic Youth o una versión noise de Merzbow creada más orgánicamente con guitarras y batería-”, dice Williams en esta genial entrevista de 2013 en Deaf Sparrow, de la que extraigo la mayoría de declaraciones para este texto.

Aunque el camino que tomó la banda fue diferente -la influencia de Merzbow es tangencial-, el testimonio de Williams ilustra lo irreverente de su propuesta. Irreverente en lo musical y en lo estético, como si el humor negro y surrealista de Butthole Surfers copulara con unos Grief puestos de psilocibes. Solo así se puede entender que Padoinka el payaso sea considerado un miembro más de la banda. «Es el líder espiritual y un miembro a tiempo completo. Básicamente hace danza interpretativa e improvisada en nuestros directos en las canciones más largas y psicodélicas. Le vimos bailar durante uno de nuestros shows, nos gustó y le invitamos a unirse a la banda», explicaba Williams en una entrevista para Chronicles of Chaos. Ojo al dato: según Wikipedia, Padoinka fue interpretado por diferentes personas a lo largo de los años debido a la adicción a la heroína. Sin más explicaciones. No se aclara cuántas personas interpretaron al payaso ni cuál de ellas es o fue adicta a la heroína. En cualquier caso, esperamos que los diferentes Padoinkas estén bien.

El 7” debut In Dahmer’s room/Don’t let it bring you down (1992) fue también mi primer acercamiento al grupo. En la cara A (‘In Dahmer’s room’) son aún evidentes los orígenes hardcore de la banda, con un comienzo acelerado deudor de unos Melvins primerizos que da paso a una sección improvisada de puro ruido, distorsión, feedback y exabruptos vocales. En Death to music (1999) revisionaron la canción con una versión más lenta y mucho más larga, sin embargo, esta primera interpretación tiene una cualidad cruda y espontánea que la hace irresistible para aquellos que, como yo, gustan del lo-fi -a veces fantaseo con las posibilidades sónicas de la batidora-. La cara B la forma una cáustica versión de ‘Don’t let it bring you down’ de Neil Young de la que el canadiense estaría, quiero creer, orgulloso. La portada es una foto en blanco y negro de la habitación del asesino en serie Jeffrey Dahmer. En el logo de la banda la S es la de las Waffen SS: os podéis hacer una idea del corrosivo y provocador sentido de humor que gastan los de Massachussetts.

Cotie, el cambio y fichaje por Relapse

Dice Williams que la gente de SIEGE se consideraba demasiado inteligente para “rockear”, que es lo que él buscaba. Conoció al que sería el guitarrista de Nightstick, Cotie, todo un «Weymouth rock soldier». «Era el típico tío obsesionado con el blues que memorizaba riffs de Hendrix y de Motorhead e improvisaba. Podías ensayar con él toda tu vida y nunca llegarías a su nivel», asegura.

La llegada de Cotie a la banda supuso un cambio a varios niveles. Al mejunje noise/punk/sludge/lo-fi del 7” se le añadieron elementos blues y del rock lisérgico setentero, las dos obsesiones del nuevo guitarrista, y además fueron fichados por el pujante sello Relapse. Ya con Cotie llegó Blotter (1996), el primer LP de Nightstick. Lo primero que llama la atención es su portada: tres miembros del grupo con los ojos cerrados mostrando sendas lenguas pobladas de tripis (Blotters). Parece ser que la portada recrea una anécdota en la que uno de sus roadies se comió varios cartones mientras conducía a un concierto. Queda atrás el logo de las SS: el nuevo parece sacado de una versión primitiva del Word Art. Una puta mierda, vamos, pero ahí radica la gracia, en esta total y absoluta falta de pretensiones e intereses estéticos, algo que se convertiría en una constante en su carrera y que se agradece en este mundo en el que hasta el más tonto del pueblo tiene el Instagram más trabajado que el máster de Pablo Casado (tal vez no sea el mejor ejemplo) y en el que las capuchas se han convertido en el estandarte del nihilismo más impostado dentro del metal extremo.

Blotter situaba a Nightstick en unos parámetros cercanos a bandas como Buzzoven o Eyehategod por lo descarnado de su propuesta, pero con un elemento de improvisación y lisergia que casi ninguna banda de sludge tenía por aquel entonces. El rock ácido es un ingrediente central en este disco y Nightstick no esconden sus influencias: la opiácea versión de ‘Set the controls for the heart of the sun’ de Pink Floyd así lo atestigua. Blotter es, en esencia, un viaje de LSD en un poblado chabolista; lo disfrutas, sí, pero no puedes evitar pensar en las amenazas que se esconden entre las sombras.

Relapse no solo se fijó en Nightstick, sino que dio carta blanca a la banda para hacer lo que quisiera en Ultimatum (1998) y Death to Music (1999). La portada de Ultimatum muestra de nuevo a tres miembros de la banda con máscaras de cerdo y una tipografía tintada con la bandera de EEUU -el aparente desinterés por lo estético sigue ahí, afortunadamente-. Nuevos elementos se suman a la mezcla; especialmente reseñable es la aparición del saxo, que, al igual que en míticas bandas como Cows o Flipper -evidentes influencias-, empasta a la perfección. «Ultimatum es probablemente mi hijo favorito. Nuestra idea era hacer la declaración contra la guerra más jodidamente cruda posible…”, explica Williams.

Death to Music (1999) fue el canto del cisne de la banda y, curiosamente y con muchas comillas, también su álbum más accesible. «Death to Music fue un esfuerzo influido por el rock más clásico. Queríamos mostrar la magnificencia de las guitarras de Cotie, su composición, su conocimiento y habilidad en todo lo que se refiere al rock clásico». Por aquel entonces la situación empezaba a ser insostenible en el seno de la banda. Alex Smith, bajista del grupo, estuvo en la cárcel un tiempo y precipitó la disolución de Nightstick. Cuando se le pregunta acerca de esta interrupción forzada, Williams es lo suficientemente claro: “Si echas un ojo a las fotos del libreto de RNR Weymouth -su álbum de reunión de 2012- puedes empezar a comprender el porqué…”.

Reunión y desaparición del mapa

Una vez Smith salió de la cárcel, el grupo volvió a ensayar y a componer. El proceso se completó con la publicación de RNR Weymouth y una gira con Fistula en 2013, pero las cosas habían cambiado mucho desde los añorados 90. El álbum fue editado por At war with false noise, un sello con un catálogo más que interesante (Gnaw their tongues, Locrian, Ramesses, Alkerdeel, etc), aunque sensiblemente más pequeño que Relapse, que ya se había convertido en el todopoderoso que es ahora gracias al empuje de bandas como Mastodon o Baroness. Desde entonces, a los de Weymouth parece que se los ha tragado la tierra. Ni noticias, ni entrevistas, ni perfiles en redes sociales… nada -aunque Robert Williams es de nuevo el batería de SIEGE desde su reunión en 2016-. Es curioso cómo en una escena como esta, en la que se da pábulo y se rinde superficial culto a prácticamente cualquier banda con un mínimo de trayectoria (a la infinidad de reuniones extrañas y extemporáneas a las que asistimos me remito), un conjunto como Nightstick haya sido ignorado. Puede que este texto sea como predicar en el desierto –¿Alguien lo leerá?-, pero reivindicar a bandas como Nightstick es hoy más necesario que nunca.

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