MÚSICA

Los trucos autobiográficos de Moby

Play Moby
Play (1999) - Moby

La vida de Moby empezó mal, nació en Harlem en una casa donde se discutía. Su padre bebía, y lo pagó estrellándose contra un muro con el coche tras una pelea con su madre. Huérfano a los dos años, tuvo que peregrinar junto a su madre por casas y compañías diversas, una de ellas le proporcionó su primera guitarra que le sirvió como puerta de entrada a su obsesión, según él salvadora: la música. Tras esto pareció remontar con datos más amables como una banda punk adolescente y un jugueteo juvenil (no falto de un toque más que underground al vivir en una fábrica abandonada con asesinatos incluidos) con samplers grabando cintas que regalaba en sus escapadas a la gran Nueva York. Alguien escuchó alguna y lo llamó. Después grabó discos, tuvo éxito y fue famoso.

Pero cuando Moby fue famoso de verdad fue con Play (1999). En este momento ya había viajado un par de veces en la montaña rusa del éxito y había cumplido su cuota de autodestrucción (no fue al entierro de su madre por resaca). Puede que fuese un momento biográfico de madurez, de equilibrio entre primeros pinitos, fama, ver las orejas al lobo y ponerte serio. No obstante, incluso en los instantes previos a Play, huele un fracaso, hace planes para vender su piso y volver al pueblo. No fue así, Play fue un éxito mundial. El ser sufriente de Moby debería esperar a sus siguientes discos para degustar las mieles de la decepción. “¿Por qué no has vuelto a hacer un disco tan bueno?” le preguntan.

Atendiendo a las formas, Moby relata sus hitos biográficos con pasión autobiográfica en su último documental: Moby Doc. En hora y media usa diferentes dramatizaciones que aluden al teatrillo familiar, el cotilleo, la cita con el psiquiatra y hasta una dramatizada dialéctica con la parca. Más tarde descubrimos que la psiquiatra no es tal y la escena con la muerte deriva en sketch. El homenaje al drama críptico y con toques de humor se materializa en la aparición de David Lynch (aunque me temo que su estilo se repite aquí como farsa), fan de uno de sus primeros hit Go una mezcla que usaba el sonido de la intro de Twin Peaks.

Moby da un repaso a sus años de fama salpicándolos con borracheras, drogas y anécdotas cubiertas de caca. Pero no caigan en el truco, en el juego negligente de “te muestro lo peor de mi” Moby se olvida de contar demasiadas cosas que permitirían dar un poco más de color a los ásperos andamios biográficos. Si ni siquiera cuenta su anécdota guarrilla con Donald Trump qué cosas no nos estará diciendo.

Desde luego, haciendo un perfil de brocha gorda, parece el típico muchacho que no deja de dar por culo con sus creaciones. Pero en la ligereza del trazo grueso no hay que olvidar que supo captar un momento dosmilero clásico, o quizás supo crearlo. Porque más allá de que la escena electrónica donde Moby sacó la cabeza estaba llena de talento superior, las mezclas que nos ofrece en Play son indiscutibles. Díganselo a Televisión Española y su mítico y machacón loop con Porcelain. Esa es la típica, pero escuchen Honey, Find my baby, Why does my heart feel so bad?, Bodyrock o Natural blues, todas usadas y reusadas hasta la saciedad en spots, cortinillas, documentales y demás materiales audiovisuales. Eso nos habla de que sus himnos eran iconos versátiles, fáciles en la escucha, que cuadran igual de bien en una fiesta que en un anuncio de lavadoras. Atacar tantas sensibilidades con éxito tiene pinta de ser una virtud, aunque a la crítica revisionista le pueda gustar más la disrupción y lo incomprendido.

Moby se auto flagela en la narración de sus años de vivacidad pastillera y hace un cóctel con amistades como la que tuvo con David Bowie, excrementos humanos, cocaína y sexo desmedido. El resultado, una fotografía divertida y borrosa del Nueva York raveroAun así, más allá del impulso exhibicionista propio de cualquier adicto que, puestos a que un paso de la curación sea reconocer el problema, lo hace a los cuatro vientos, pocos famosos que se hacen un documental a sí mismos son capaces de contarse las verdades del barquero. El mismo te masca la idea de que su incesante búsqueda de la justicia global de los derechos de los animales en parte esconde la deriva personal de alguien que ya no se puede inventar objetivos. Te lo deja fácil y este es otro truco. Moby arma la panoplia de que la fama significa insatisfacción y sordidez, pero no esconde el disfrute que eso le supuso. Te ofrece algo muy bueno: que si le compras la idea ya no te importa ser pobre y desconocido.

Moby pasó el Rubicón de las metas cumplidas y dice no temer a la muerte cuando se convierte en sketch: no hay vuelta atrás, se ha pasado el juego. Sabido esto, busca la empatía de todos aquellos que no hemos cruzado ríos tan caudalosos esperando que al saltar nuestros pequeños charcos vitales nos sintamos identificados. Juega con lo escatológico, lo fake, el humor, el arrepentimiento resacoso, la expiación a través de la anécdota truculenta. En definitiva, a ofrecer al espectador la peor visión que uno tiene de sí mismo esperando que, en su efectismo, el receptor se conforme y no se atreva a imaginar una peor.