Ha desaparecido de Spotify
Hoy quería recordar un disco de los 90 y al entrar en Spotify he descubierto que lo han retirado. No me ha resultado demasiado traumático, pero sí me ha sorprendido la reacción que ha provocado esta desaparición en otros foros cuando he buscado el porqué. En la plaza pública moderna (Reddit) varios usuarios ya se habían lamentado por ello antes que yo y lamentaban su abandono país por país. Alguno de ellos llega al paroxismo, espero que solo por dramatizar online.
El caso es que, solo con este viaje al foro, yo también he participado de esta diáspora de streaming, un viaje de vagabundeo por la canción desindexada. Olvidemos que sigue en Youtube, dramaticemos también.
El silencio online: artistas que no están en Spotify
Este silencio puede ser por varias causas y que no tienen por qué ser apocalípticas; un desacuerdo momentáneo, un cambio en la discográfica, una extraña forma de marketing, o incluso un cierre previo a un nuevo lanzamiento… nunca falta una buena conspiración para dar respuesta a cualquier fenómeno.
Existen muchos otros casos de canciones o artistas que no están en spotify; The beatles, King crimson, o ACDC tardaron en llegar y muchos ofrecen su catálogo de forma parcial, pero hasta ahora solo hemos hablado de los artistas que salen en la noticia buenrollista del final del telediario. Pero el mundo es diferente un poco más a la sombra, la mayoría de grupos lidian contra estas plataformas y contra su silencio de maneras mucho más humildes. Allí las quejas contra Spotify se parecen a las de hacías de tu primer trabajo: te pagan mal, te dan unas condiciones de mierda y si estás dentro te miran como si debieras un “gracias por la oportunidad”.
Cómo funciona Spotify, un acercamiento
Hay varios factores que influyen en cómo se sube música a Spotify. Son unos detalles que reconozco que, como usuario medio, nunca me habían interesado, pero ahora he dejado de crear cuentas falsas cada tres meses y soy premium, ahora tengo conciencia. En cualquier caso, esta es una humilde aproximación a cómo funciona Spotify:
En Spotify, como artista, no entras solo. Esa entrada se efectúa a través de distribuidoras que son las encargadas de subir el material de los grupos (de hecho existen empresas especiales para subir música a Spotify). Ahí está el primer factor, dependiendo de cómo te llames tú y del que vas de la mano puedes tener mejores o peores beneficios. No es lo mismo entrar con un sello pequeño, que con una de las grandes discográficas que acuerdan por su cuenta beneficios diferentes para su “paquete”. Después del rollo corporativo entra en juego lo supuestamente justo: se paga por reproducción, en un sentido cuantitativo, más te escuchan, más te llevas. Pero no en un sentido directo, por ejemplo, aunque yo solo escuche un artista todo el mes, mi cuota mensual no va íntegra a ese artista, sino que mis reproducciones entran en un cómputo global diario desde el cual se establecen las debidas proporciones. Una vez sabida la proporción diaria de escuchas por artistas y por país, se paga a la discográfica. Este es uno de esos negocios en los que hay más manos que pan, cuánto le queda al artista es el resultado de todos los equilibrios previos.
Un artículo ilustrativo es el el escrito por Damon Krukowski, integrante de Galaxie 500. En el texto se expone de forma clara el escaso dinero reportado a los artistas por reproducción, o el fenómeno de concentración de escuchas que se produce en la plataforma donde el 99% de los usuarios escuchan el top 10% de canciones. Esto es fomentado por la propia plataforma que, de paso, se sitúa como un nuevo intermediario, otra distorsión sumada al camino entre el producto que alguien crea, y la experiencia de escucha de quien lo recibe. Voy a refrescar la página… Nada, sigue sin aparecer.
Burbujas de contenido
Pero tampoco hemos cambiado tanto, siempre ha habido alguien que buscaba algo y, al encontrarlo, descubría referencias para nuevas búsquedas, sean libros y citas a pie de página, o canciones y artistas relacionados. El nuevo factor en este esquema es cómo se desarrollan esas referencias, los famosos algoritmos, que suponen una automatización informática de la referencia. El que sean automáticos los hace insuperables, son bases de datos con millones de canciones y tu perfil de escuchas actualizado. Nunca se han podido hacer referencias tan personalizadas porque nunca habían existido disponibilidad de metadatos regalados.
Este flujo de referencias constantes retiene al usuario, lo fideliza y aumenta su satisfacción, ya sea en la sección Discover de Google, en las stories de AMP, de Instagram, o en las sugerencias de Facebook. Recibimos noticias afines a nuestra ideología, o conocemos artistas nuevos que nos suenan a lo que ya nos gusta. El resultado: una burbuja. Los debates en torno a esto han ido creciendo a medida que los usuarios se familiarizaban con su funcionamiento y empiezan a ser comunes.
La plataforma y el valor del objeto
No era la intención fomentar la paranoia sobre el todo en la nube, pero si una llamada a mirar con escepticismo la asumida disponibilidad online. Sigo sin poder escuchar el disco en Spotify y vuelvo a pensar en la música como posesión, en el valor del objeto cuando doy al play, en cuánto costará Spotify cuando su poder multiplicador se perciba más valioso que la canción, en que ya existe música hecha por ordenador, en eso que llaman crear. En silencio no me parecen viejos los cassettes, ni la cosificación de la música, ni los puristas sónicos de los vinilos, ni los coleccionistas acaparadores. Recuerdo que tengo mi pequeño alijo de música en casa y me tranquilizo, pero también me doy cuenta de que no es portátil, de que vivo en 2020 y que el disco sobreviviría a un apagón de Spotify, pero no a uno eléctrico. Me voy a Youtube.