REVIEW

El siempre querer quedar bien de Robbie Robertson

once were brothers the band
Cartel del documental "Once were Brothers"

Si hay alguna banda reivindicada hasta la saciedad es The Band. Este argumento representa por sí mismo una cierta pena: algo que tiene que ser reivindicado constantemente puede que esté condenado al olvido. También puede ser que la propia reivindicación de The Band se haya convertido en un cliché. Aun así, siguiendo el camino del cliché de la banda anónima, hay quien puede decir que de eso precisamente trataba The Band, un grupo de excelentes músicos que estuvo al servicio de rutilantes solistas como Muddy Waters, Van Morrison, o Neil Young. Un grupo que convivió a las afueras de Woodstock en una casa llamada Big Pink, donde personalidades de la talla de Bob Dylan pasaban a improvisar y a pintar horrorosos dibujos que serían portada de discos en el top 100 de los que tienes que escuchar antes de morir. Sin duda, ese invernadero que proporciona tener un papel secundario en la industria de la música hizo germinar brillantes composiciones, aunque también ayudó a las adicciones, accidentes de tráfico y un cierto ahogo que desembocó en conflictos entre ellos.

Con Once Were Brothers, el último documental dedicado a la banda y que relata parte de su historia, a Robbie Robertson se le nota que quiere ser la cara del póster, o por lo menos salir guapo. Y tampoco se le puede negar una evidencia: la mayoría de los éxitos de The Band, tanto musicales como audiovisuales, fueron en buena parte gracias él. Sin el talento y la machaconería de Robertson probablemente no estaríamos hablando de una banda reivindicada, sino olvidada. De él nace la idea de la gran separación de la historia de la música, el video documental dirigido por un jovencísimo Scorsese llamado The Last Waltz, también los grandes éxitos de la banda como The night they drove old dixie down, Up on cripple creek, Stagefright… (la lista para los fans puede ser eterna). Incluso se podría hacer un macabro ejercicio de historia ficción y señalar que Robertson tenía razón al querer dejarlo, que aquella vida en la carretera, que años más tarde segaría la vida de Richard Manuel, los estaba matando. Pero hay algo en el recuerdo de The Band que parece inquietar a Robertson, o eso se puede deducir por sus constantes intentos por revisitar su biografía. De hecho es tan evidente que chirría.

En el documental se explica la historia de una banda de músicos nacidos del rockabilly que gracias a una mágica unión de talento llegó a lo más alto de la ola del folk rock resultante de la electrificación de Dylan. Palabras mayores. Más allá del relato biográfico de la banda, el subtexto constante es que Robertson tenía razón. En resumen, que había que drogarse menos y trabajar más. La película, muy lejos de la magia de The Last Waltz, intenta colar constantemente la idea de que Robertson era el alma de la banda (notorio el olvido que se hace de figuras sobresalientes como Rick Danko y Garth Hudson), y que la figura artística de Levon Helm se resume en un puñado de buenos arreglos, pero cuyo legado quedó tristemente incompleto por su carácter y las drogas. Y en esta última parte puede que otra vez tenga razón, Helm estuvo mucho tiempo a más cosas que a la música y su enganche a la heroína fue absolutamente devastador. Pero esa explicitud del subtexto, ese lamento sobreactuado de puño cerrado al viento, es lamentable para la historia de una banda que ha sido versada tanto y tan bien. Mención especial al recuerdo que se hace en el documental sobre el bienintencionado (pero bochornoso) medio diálogo entre Robertson y un Helm inconsciente y moribundo.

¿De dónde viene esto? Helm discutió con Robertson por el reparto de derechos y manifestó en repetidas ocasiones sentirse estafado (el mismo Robertson aprovecha el documental para colar con técnicas de musical televisivo su último éxito “Once were brothers”). Este conflicto nunca llegó a aclararse y Helm murió en 2012 por un cáncer, incluso se coquetea con la idea de que ese resentimiento dañó al propio Helm. El montaje está totalmente preparado para construir la idea del Robertson creador, incluso generoso, con unos arreglistas geniales. Otra vez el lamento del talento desaprovechado, del tiempo perdido. Ni que decir tiene que, citando ese medio diálogo con un moribundo, Robertson comenta lo que le dijo a Helm dando a entender una cierta resolución espiritual de la histórica pelea. Claro está que esta humilde crítica es exagerada, burdamente partidista, pero eso es precisamente lo que desencadena el visionado de «Once were brothers», una invitación a rebelarse contra la historia que nos cuenta el narrador, a preguntarnos cuántas historias de parte nos hemos creído. 

Intentemos ser justos. Robertson, por cantidad y calidad, merece buena parte del crédito de The Band. Es fácil calibrar que sin él, The Band sería muchísimo menos, pero tampoco se puede obviar el carácter coral de la banda, tanto en lo musical como en lo espiritual. Por tanto, también es fácil calibrar que solo con Robertson The Band no hubiera sido nada. A esto también ayuda el documental, a calibrar la historia, pero solamente desde un punto de vista, el de Robertson

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